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Thursday, January 13, 2005

Su sueño

Su sueño era comprar una casa en las afueras de ciudad. Habían esperado varios años para lograrlo. Después de una larga búsqueda eligieron una casa que reunía las características que ambos deseaban. Tenían menos de un mes de haberse mudado, todavía acostumbrándose al medio ambiente. Estaban rodeados de árboles y un pequeño lago se dibujaba en el horizonte.

Martín tenía que manejar cerca de una hora y media a su trabajo, pero no le importaba, valía la pena el viaje. La casa no era grande, suficiente para ellos dos. Valeria, había transformado la terraza en su estudio, lleno de luz y colores vivos que le regalaba la naturaleza.

Era jueves, llovía a cántaros, lo que empeoró el tráfico, Martín trató de no hacer coraje, esta vez no tenía prisa por llegar. Valeria lo esperaba con pan recién hecho y café colado. Sentados a la mesa, conversaban de las cosas de hoy, él contestaba vagamente, sin hacer muchos comentarios. Un tenue murmullo los acompañaba, Martín no hizo caso, pero Valeria le preguntó: ¿Qué es eso que se oye?. -No sé, ha de ser algún animal.

Martín trabajaba para la industria del papel, tenía un puesto de contador, en la oficina principal. Su secretaria Blanquita como él la llamaba, estaba enamorada del él desde el primer día. Él lo sabía, pero para evitarse problemas en la oficina había preferido no hacer nada al respecto. Como él lo ponía, amaba a Valeria, era una mujer excepcional, pero él necesitaba algo más. Blanquita tenía 21 años.

Hoy él se había sentido vacío, deseoso, solo. Blanquita, había entrado a la oficina para discutir con él el reporte de la próxima semana. Él, de la nada, la invitó a comer. No pudo frenar su impulso. Durante la comida, en un lujoso restaurante, hablaron del reporte y de ellos. Él mintió diciendo que tenía problemas con su esposa, Blanquita lo miro con compasión creyendo cada una de sus palabras. Cuando él pensaba en ella, su mente visualizaba un venadito, frágil e inocente. Al despedirse él se le acercó y la besó. Blanquita respondió entregándose en ese instante en cuerpo y alma.

Valeria lavaba los trastes, sus pinceles descansaban en el escurridor de platos. Martín la ayudaba a recoger la mesa. –Valeria, no pongas aquí tus pinceles, los trastes se llenan de pintura. Ella no contestó, sabía que él estaba molesto por algo. No quiso preguntar por que, esperaría a que se le pasara.

El sonido de afuera se incrementaba en intensidad. Ahora podía distinguir que era. Se oía el cantar de las ranas. La lluvia las había inspirado. Se río de ella misma, eso demostraba que todavía le hacía falta mucho que aprender de la vida afuera de la ciudad.

Martín, prendió la televisión para ver las noticias. Valeria quería hablar con él sobre su nuevo proyecto, pero esperaba encontrarlo de mejor humor para ello. Tampoco quería decir el típico: “Martín tenemos que hablar”, por que eso lo pondría a la defensiva. Se sentó junto a él y vieron las noticias.

Era más difícil oír, las ranas sonaban más fuerte. Martín por fin se percató del sonido. “Oye, esas ranas si que cantan fuerte”, “Sí, ¿verdad?, parece que están aquí afuera”. “Cómo crees?, el laguito esta bastante lejos”. Por un momento se vieron a los ojos, él bajó la mirada, no podía ver a Valeria a los ojos. Tomó el control remoto subió el volumen y siguieron viendo el televisor.

Valeria se levantó para ir al baño, desde la ventana del baño el canto de las ranas se oía como cristal. Se dirigió a su estudio, y tomó la carta de invitación para exponer en Guatemala. Esta gira le representaba viajar por el país por más de un mes y medio. Sabía que eso a Martín no le iba a gustar. Tendría que decírselo suavecito, como no queriendo la cosa, para que al final él le dijera que era una oportunidad maravillosa y que no la dejara de ir, como si fuera de él la idea.

Martín trataba de concentrarse, pero sólo podía pensar en una sola cosa. Blanca. Sonó el teléfono, Valeria guardó la carta en su pila de papeles y contestó desde el pasillo. “Bueno, bueno…”. “Martín no puedo oír el teléfono esas malditas ranas no dejan de cantar”. Martín tomó el teléfono que tenían en la sala, pero con el volumen del televisor y el canto melodioso de los batracios tampoco pudo oír nada, tuvo que colgar, disimuladamente miró el identificador de llamadas, el número en la pequeña pantalla era el de casa de Blanca.

-Martín, ¿crees que esta bien que las ranas se oigan tan cerca?, - No sé. Se oyen como si estuvieran en la puerta. No acabo de decir esto cuando un golpe seco se escuchó en la puerta. Se tomaron de la mano y se dirigieron a la ventana. Caminaban despacio, tenían que gritarse por que el ruido era tal que había ensordecido el televisor.

- Martín, vamos a llamar a la policía.

- ¿Y qué les vamos a decir?, ¿Que tenemos un bonche de ranas escandalosas?

Valeria, llegó primero a la ventana, deslizaba con terror la cortina, cuando sonó de nuevo el teléfono. Martín corrió para contestarlo, Blanca otra vez. Con el sonido del teléfono Valeria dejó la cortina en paz, descolgó con cuidado la bocina para saber quien era. Martín gritaba en el teléfono, pero no pudo oír nada, se oían voces, no podía distinguir nada de lo que decían. Valeria se tapo el oído para poder escuchar. Entre palabras pudo poner juntas Martín, te amo. Sono el segundo golpe en la puerta.

Esta vez vio que Valeria le gritaba visiblemente enojada. Martín no podía escuchar nada. Ella agitaba sus brazos y lo señalaba, Martín entendió que Valeria había escuchado algo de Blanca. El canto de las ranas había tomado control del ambiente. No había nada más que aquél sonido, lo sentían en el pecho, lo sentían con dolor. Martín como pudo caminó hacia Valeria, la abrazó y pensó: Perdóname. Ambos esperaron el tercer golpe. El definitivo.

Fabiola

Enero de 2005

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